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El trabajo como ofrenda a la vida

Existen en el mundo muchas personas inconformes con su vida. Muchos detestan sus trabajos y desearían hacer otra cosa, aún cuando su sustento depende de él. Amar lo que se hace es la mejor forma de vivir el trabajo en completa felicidad.  

Paulo Coelho, escritor brasilero, lo expresa muy bien en su libro «Manuscrito encontrado en Accra», en el cual se hace alusión al trabajo como una manifestación de Dios y una ofrenda de vida. Les comparto un pequeño extracto:

El trabajo es la manifestación del Amor que une a los seres humanos. Por medio de él, descubrimos que no somos capaces de vivir sin el otro y que el otro también necesita de nosotros.

Hay dos tipos de trabajo: 

El primero es el que la gente hace sólo por deber y para ganarse el pan de cada día. En ese caso, las personas sólo venden su tiempo, sin entender que jamás podrán volver a comprarlo. Se pasan la vida entera soñando con el día en que podrán por fin descansar. Cuando ese día llega, ya están demasiado viejos para disfrutar de todo lo que la
vida les puede ofrecer. Esas personas jamás asumen la responsabilidad de sus actos. Dicen: «No tengo elección.»

Pero está el segundo tipo de trabajo. Aquel que la gente también acepta para ganarse el pan de cada día, pero en el que procuran ocupar cada minuto con dedicación y amor a los demás. A ese segundo trabajo lo llamamos Ofrenda. Porque puede haber dos personas que cocinan la misma comida y usan exactamente los mismos ingredientes; pero una de ellas puso Amor en lo que hacía, mientras que la otra sólo intentaba alimentarse. El resultado será completamente diferente, aunque el amor no se pueda ver ni pesar en una balanza. La persona que hace la Ofrenda siempre recibe una recompensa. Cuanto más comparte su afecto, más se multiplica su afecto. Cuando la Energía Divina puso el Universo en movimiento, todos los astros y
estrellas, todos los mares y bosques, todos los valles y montañas recibieron la oportunidad de participar en la Creación. Y lo mismo sucedió con todos los hombres. Algunos dijeron: «No queremos. No vamos a ser capaces de corregir lo que está mal y castigar la injusticia.»
Otros dijeron: «Con el sudor de mi frente regaré el campo, y ésa será mi manera de alabar al Creador.»
Pero vino el demonio y susurró con su voz melosa: «Tienes que cargar con esa roca hasta lo alto de la montaña todos los días y, al llegar, la piedra volverá a caer otra vez para abajo.» Y todos los que creyeron al demonio dijeron: «La vida no tiene otro sentido que repetir la misma tarea.»
Y los que no creyeron al demonio contestaron: «Pues entonces voy a amar la piedra que tengo que subir hasta lo alto de la montaña. Así, cada minuto a su lado será un minuto cerca de lo que amo.»
La Ofrenda es la oración sin palabras. Y como toda oración exige disciplina. Pero la disciplina no es esclavitud, sino una elección. No vale de nada decir: «La suerte ha sido injusta conmigo. Mientras algunos recorren el camino del sueño, yo estoy aquí haciendo mi trabajo y ganando mi sustento.»
La suerte no es injusta con nadie. Todos nosotros somos libres para amar o detestar lo que hacemos.
Cuando amamos, encontramos en nuestra actividad diaria la misma alegría que aquellos que un día partieron en busca de sus sueños. Nadie puede conocer la importancia y la grandeza de lo que hace. En eso reside el misterio y la belleza de la Ofrenda: es la misión que se nos ha confiado, y tenemos que confiar en ella. El labrador puede plantar, pero no puede decirle al sol: «Brilla con más fuerza esta mañana.» No puede decirles a las nubes: «Haced que llueva hoy por la tarde.»
Tiene que hacer lo necesario: arar el campo, poner las semillas y aprender el don de la paciencia por medio de la contemplación. Tendrá momentos de desesperación cuando vea su cosecha perdida y crea que su trabajo fue en vano. También aquel que partió en busca de sus sueños pasa por momentos en los que se arrepiente de su elección, y todo lo que desea es volver y encontrar un trabajo que le permita vivir. Pero, al día siguiente, el corazón de cada trabajador o de cada aventurero sentirá más euforia y confianza. Ambos verán los frutos de la Ofrenda y se alegrarán. Porque ambos están cantando la misma canción: la canción de la alegría en la tarea que se les ha confiado. El poeta morirá de hambre si no existe el pastor. El pastor morirá de tristeza si no puede cantar los versos del poeta. A través de la Ofrenda, permites que los demás puedan amarte. Y aprendes a amar a los demás a través de lo que te ofrecen.